En una instancia de mi vida no muy lejana, unos 10 meses atrás, pensé en cómo salir del cajón en que me ponían mis amigos, mi familia, mis conocidos, mis no tan conocidos, mis profesores, clientes, verduleros, chacurteros,farmaceúticos,etc. Veía claramente esa maldita tendencia de antaño, y tan arraigada en mi, que tenía mi pensamiento: la necesidad de saber qué piensan los demás de mi.
Dispuesta con mi voluntad a realizar un cambio rotundo en mi ser, plasmé y sublimé ese pensamiento en forma de canción. Fue sólo uno de los tantos pasos a dar, ver y transmutar el pensamiento. Como el pensamiento era tan fuerte sabía que iba a volver, así que tenía que estar preparada. Cuchillo mortimer en mano, dispuesta a dar batalla, lo ahuyenté tantas veces vino a tomar de nuevo cobija en mi mente. Podría decir que salí invicta si esto quisiera ser un cuento que me tiene de heroína, pero - todavía - no estoy cerca de serlo. La verdadera realidad fue otra, me venció muchísimas veces y estuve sometida a él nuevamente tal como si hubiera sido la primera vez.
Sin embargo, yo ya era consciente del camino que había decidido a tomar, el cambio rotundo de ser todo lo que me propusiera ser. Por tanto, con la serenidad de quién tiene convicción en lo que quiere para su vida, decidí no darle mucha bola, mientras ocuparía mi tiempo en otras tareas un poco más dignas. Ver de forma clara que eso que me define, o me definió una vez, nunca es de una vez y para siempre dejó a este pensamiento sin contricante. Descubrí lo que es andar por la vida sin etiquetas, modelando mi propio ser y construyendo mi propio futuro. Y para construir es necesario desprenderse de lo que uno quiere dejar de ser y, como de coletazo, de lo que algunos creen que uno es. Esa verdad está más cerca de lo que uno puede imaginar, ni en los amigos, ni en la familia, ni en el verdulero y, menos que menos, ni en los medios.
La publicidad de Alto Palermo, para quienes tenemos una perspectiva desde fuera del cajón, roza con la parodia medieval. Pero acá ni la risa entra en escena. Ni siquiera para el más desprendido que pueda resignificar su mensaje. Hasta en su intención más satírica es un insulto para cualquier mujer dueña de su propia vida y de su capacidad de elegir libremente. Por suerte a este rótulo de mujer lo evado desde hace años. Pero me queda picando algo en la mente, sé que hay otras como yo, pero dónde y cuántas somos. ¿Las suficientes como para crear una revolución? ¿O sólo las necesarias para una charla de ebrias un sábado por la noche?
***