La suma de libros que leí buscando calmar esa sed-que-no-sé-bien-de-donde-me-viene, me enseñó que los extremos nunca son buenos. Cuando soy muy idealista, no concreto. Cuando estoy absorbida en lo concreto sin poder desprenderme para mirar hacia dónde voy, tampoco. Todo se sintetiza en una palabra, equilibrio, que virtud tan escasa y poco innata.
Cuando pienso en los freegans la sensación es parecida en un primer momento. El freeganismo es una filosofía de vida encarnada en personas que son febriles anti-consumista[extremo =malo]. Pero después de indagar un poco más y conocer qué motiva a estos individuos a vivir como lo hacen se me viene otra cosa a la mente, “¿extremismo o convicción?”
Los freegans creen que el capitalismo destruye el medioambiente y degrada a la sociedad. ¿Entonces? No compran nada, re-usan y re-ciclan…¿y recitan? No sé. No creen en la moda ni están de moda, los primeros freegans surgieron en 1960 (¿raro?). Desde entonces buscan demostrar que se puede vivir sin tantas opciones de marcas. Algunos tienen títulos profesionales y trabajan, aunque muy poco, lo necesario nomás. Otros tienen algo de dinero en el banco. Pero todos deciden vivir así, sin consumir, reusando y reciclando todo.
No les parece indigno hurgar en la basura. De hecho, comen de la basura. Creo que lo más honrable de los freegans es que son libres. Andan sin etiquetas por doquier, son “non-etiquetas-friendly”. Simplemente creen en el compartir y en la libertad. Las expediciones que realizan a los supermercados, en busca del sustento para vivir, son en grupos. El “Dumpster diving”, así le llaman a la práctica que los caracteriza, ocurre por las noches, cuando los supermercados cierran y dejan todos los productos con fechas caducas en la calle. Todos tienen la posibilidad de elegir lo que les gusta, el espíritu es compartir.
Cierto, los extremos nunca son buenos.
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