Victoria no canta. Ni un do te entona. Pobre, es la única en su familia que no puede hacerlo. En cambio, su hermana menor -la segunda de cinco- tiene el potencial de una cantante lírica. Y los otros tres, podrían haber sido sus coristas. Pero Victoria, ni cerca. Nadie le enseñó y su mamá nunca le preguntó si le hubiera gustado aprender. Su padre fue la clase de hombre que sí hubiera preguntado e incentivado a su hija a ser artista, si era eso lo que ella quería. Pero ella tuvo que vivir en el condicional, con el posible potencial de cantante debajo de la manga: su padre murió cuando ella tenía 20 años. Capaz hoy existan debajo de ella frustraciones de cantante. Quién sabe.
Victoria en vez de ver desarrollar sus posibles habilidades artísiticas se convirtió, no por convicción ni por elección, en Coronela. Entre sus soldados estaba Carol, la “cantante lírica”, que se recibió de médica psiquiatra en tiempo y forma gracias a su apoyo. El resto del séquito, integrado por Mike, Normán y Billy, también ganó varias batallas bajo su liderazgo. Su regimiento siempre le agradeció el techo y las raciones de comida en sus platos. Y así, mientras su madre tejía, la Coronela encarnaba cada vez más al pie de la letra el rol de su bienquerido padre.
A lo largo de su carrera militar ganó muchas batallas con la compañía a su cargo pero perdió a 3 de sus mejores hombres en las últimas contiendas. “Nunca dejar un hombre atrás”; le tortura todavía su cabeza. La última fue uno de sus sobrinos, la agarró con la guardia baja. Y, como buen Coronel, se echa las culpas. Todavía sigue en pie, es fuerte, pero sabe que le falta una estrategia. Sería hora de armarse alguna, de lógica avasallante, pero su naturaleza dista de ser napoleónica. Siempre limitada a defender lo suyo. A Victoria nunca le interesó extender su dominio, pero el antiguo plan de lucha había fracasado y eso la frustraba de tal manera que llegó a cuestionar seriamente su rol como líder.
Cuando olvida su rango militar Victoria resulta ser una persona simple, inteligente y divertida. Pero casi nunca lo permite. Y así continúa, cargando con su destino a cuestas. Si alguien la cruzara por la calle vería a una mujer sufrida que camina, a su ritmo, con la cabeza en un mundo ajeno. Da saltitos, como si quisiera salir volando en cualquier momento. Capaz es lo que vive en su mundo de fantasías. Sin embargo, le faltaría un poco de velocidad para agarrar potencia y despegar.
Las manos desentonan con su andar, se muestran descontroladas mientras maneja, habla y hasta cuando descansa. Como si existieran dos personas dentro de suyo, sus manos canalizan el vuelo que su mente hubiera querido tomar. Una interrogante aparece recurrentemente mientras navega en su mundo de fantasías: qué hubiera sido si, cuando todavía era joven, se quedaba a vivir en Londres. Quizás el inicio de una secuencia de decisiones tomadas en función de su propio bienestar. Pero Victoria, fiel a su karma, optó por volver a Buenos Aires, junto a su familia que estaba en casa esperándola. En su vuelta al mundo real hoy recuerda que todavía tiene el uniforme puesto. Aunque ella quisiera disfrutar su mundo de fantasías, todavía no se lo permite. Y así luce ese uniforme añejo, que no puede quitarse. Capaz algún día Victoria salga volando con esos saltitos que da al caminar, pero ese mundo exige que sea relevada de su cargo. Victoria, no esperes a que alguien te libere. ¿Acaso es la deshonra lo que pesa? Coronela, ¿por qué no se deja de joder y se atribuye sus méritos? Su uniforme ya tiene 1 condecoración por valentía y 3 estrellas por mérito.
Por favor, ¡cante victoria, Victoria!
