"todos se mueren los sádados"

Reinó el silencio de un momento trágico. En la piel se sintieron el respeto, la angustia y la nostalgia hacia los que ya no estaban. Los pelos de todos se erizaron por unos segundos. Justo dos santiaménes antes aquella mujer, que tomaba el té como todas las mañanas, había recibido un dato exacto. De modo congruente, con toda la autoridad y como en una especie de espasmo reflexivo, dijo:

“todos se mueren los sábados”.

La frase fue tan brutalmente verdadera que su elocuencia resultó graciosa. Nadie rió sin embargo. Estoy segura que todos contuvieron sus impulsos (la frase inesperada es indiscutiblemente un humor efectista).

Lo que aquella mujer había dicho era corroborable por repetición de sucesos. Todo indicaba que se trataba de un hecho científico. Y la mujer definitivamente era una experta en la materia. Pero, aunque la mayoría de veces trabaje con el dato duro, mi mamá no es científica, es socióloga. Igualmente eso no importa, en ese momento no era nadie, o sí: era sólo una mujer a quien la vida le jugó una mala pasada. Mejor dicho tres malas pasadas.

Todavía hoy su cabeza viaja de vez en cuando. A donde no lo sé. A veces pienso que debe ser un lugar seguro para ella, donde se resguarda entre recuerdos, risas y charlas. Pero, de a momentos me agarra una paranoia, pienso que poco a poco ella se está construyendo un búnker lleno de viejos recuerdos. ¿ Qué va a pasar cuando se sienta más cómoda allá que acá? 


Atormentada ante la idea de no poder traerla devuelta, la miro y le digo “vamos a tomar un cafecito y a leer el diario”. Si me sonríe, se que está de vuelta.